Una semana más en el #batiburrillo las noticias mezcladas de Diego Gutiérrez.
Diego analiza el acuerdo histórico alcanzado entre España, Reino Unido y la Unión Europea sobre Gibraltar, que elimina la Verja y establece controles conjuntos. Ironiza diciendo:
“España celebra un acuerdo con Reino Unido como si no supiéramos que Gibraltar sigue siendo una colonia”.
Critica que se venda como un éxito diplomático cuando no se ha tocado la cuestión de la soberanía, que sigue intacta. Describe el pacto como un “remiendo útil” para gestionar el día a día, pero que no resuelve el problema de fondo.
Asegura que los gibraltareños seguirán teniendo ventajas fiscales y movilidad privilegiada, mientras que los trabajadores españoles seguirán cruzando la frontera a diario para servir en un sistema desigual. Denuncia que esto reproduce una relación colonial encubierta, donde la apariencia de cooperación oculta la falta de justicia histórica.
Luego, Diego se refiere al ataque israelí con drones contra Irán, el primero directamente atribuido como tal. Señala que es una escalada peligrosa en un conflicto que lleva décadas sin resolverse.
Advierte que el relato mediático presenta a Israel como víctima constante, pero que este tipo de acciones demuestran lo contrario: “Israel es un Estado con armamento nuclear, que ataca objetivos en terceros países con total impunidad”.
Conecta este hecho con la situación en Palestina, señalando que mientras se habla de Irán, se normaliza el genocidio en Gaza, y la comunidad internacional actúa con doble rasero
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Los Españoles nos merecemos algo mejor en Política y Justicia
En este bloque, Diego Gutiérrez reflexiona con contundencia sobre los niveles de desigualdad y la desconexión entre la política institucional y las necesidades reales de la ciudadanía. Comienza señalando que todo en el sistema está diseñado para beneficiar a quienes ya tienen poder, y que incluso las herramientas que supuestamente promueven justicia o participación están colonizadas.
“Todo lo que no remueve el suelo puede ser asumido por el poder”, afirma, señalando como discursos vacíos, pancartas cómodas y gestos simbólicos son aceptados porque no cuestionan la raíz del problema.
Denuncia cómo se tolera la protesta inofensiva, pero se criminaliza la organización popular cuando plantea cambios reales:
“No es que no se pueda protestar, es que no se puede transformar”.
Habla también del cinismo de quienes gestionan el poder, que mientras promueven lemas como “participación”, “sostenibilidad” o “diversidad”, siguen reproduciendo estructuras que excluyen, precarizan y explotan. Lo llama “la gran mentira inclusiva del sistema”.
Diego señala que incluso las palabras más nobles pueden ser vaciadas de contenido:
Se habla de justicia, sin tocar la propiedad. De derechos, sin hablar de redistribución.
De democracia, sin hablar de poder real.
Finaliza con una advertencia:“El poder no teme a la crítica, teme a la organización”.
Y recuerda que mientras todo se convierte en mercancía (incluso la protesta), la gente sigue sufriendo la pobreza, la violencia institucional y la mentira sostenida desde arriba.
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