La lectura siempre ha sido para mi, y seguro que para muchos de ustedes, como el aire para poder respirar. Sin embargo, muchos de mis maestros creyeron que a mi de pequeña, no me gusta leer. El motivo por el que éstos pensaban así sobre mi, y les seguro que si alguno de ellos está leyendo este blog ahora, lo estará descubriendo en este preciso momento, es que no me gustaban ninguno de los libro de la biblioteca del colegio, o por lo menos aquellos que estaban a mi alcance. Y no les cuento, como me ponía de furiosa, cuando en el instituto nos daban los títulos de los libros, de lectura obligatoria, que debíamos leer en cada trimestre, escogidos, como no, por los propios instructores de autores de los que yo no sentía ningún interés. Aquello me enfurecía mucho y mi reacción era interpretada por mis educadores como desinterés por la lectura, como consecuencia, siempre los tenía detrás de mi repitiéndome una y otra vez, que me tenía que leer aquellos libros sí o sí. Ahora mismo, me viene a la memoria, como me entraban ganas de gritar, cada vez que me soltaban aquel sermón, unos gritos que jamás salieron de mi boca, pues en casa siempre me enseñaron que a los profesores había que respetarlos, y yo nunca confundí las cosas y supe controlar aquellas hormonas adolescentes con ganas de revelarse contra el mundo, uff… ¡Que época más dura para el ser humano; la adolescencia, ese instante de la vida, donde las normas de los mayores son como cuchillos afilados! En mi corazón, guardo con mucha nostalgia y amor nombres de maestros y profesores de los que aprendí muchísimo, unos profesores que desconocían mi pasión por los libros. En mis años “teen” , me pasaba el tiempo entre libros; mis libros, aquellos con los que yo disfrutaba, y no con los que el sistema educativo consideraba que eran oportunos para mi edad. Mi madre fue la que me puso la miel en los labios y fue además, quien consiguió que el libro se convirtiera en uno de mis regalos más deseados en cada cumpleaños, y cada navidad. Ella nunca me dijo, ni me obligo a coger un libro. La técnica que mi madre empleó, para engancharme a la lectura fue muy buena, la mejor diría yo. Su método, para aquellos que quieran saberla, era la del ejemplo. Crecí, con la imagen de mi madre sentada en el sofá de casa leyendo libros, recuerdo que cada vez que la iba a interrumpir en su ratito de lectura, ésta levantaba una de sus manos, dejando a la otra con toda la responsabilidad de sujetar el libro, y sin separar su mirada de éste, me frenaba. Por un tiempo, pensé que mi madre tenía poderes mágicos, porque lograba paralizarme y callarme con su palma de la mano. Luego, me explicaba, la importancia de ser siempre respetuosa con las personas que estuvieran leyendo, y que sino era algo urgente, debía esperar a que éstas terminarán de leer. Recuerdo también, que mi madre tenía, y sigue teniendo, sus ratitos de lectura y meditación, y como no podía ser de otra forma, yo también los tengo ahora. Con el tiempo, he logrado desarrollar los mismos poderes que mi madre, y ahora soy yo quien paralizo a mi hijo con la palma de la mano, cuando estoy tumbada en el sofá perdida entre palabras, enredada entre las páginas de mis libros y saboreando del mejor verbo que existe; leer. Ahora soy yo, quien doy ejemplo, y quién pretende de una manera natural y positiva contagiar a mi hijo, para que logre amar la lectura, tal y como le pasa a su abuela y a su mamá. Estos poderes paralizadores de mi madre consiguieron despertar en mi, el interés por saber que era aquello que mi madre leía, y la mantenía casi hipnotizada, y entonces fue cuando descubrí la verdad. Los libros de mi madre, no era una lectura para adolescentes, pero quizás por imitación, los comencé a leer yo también, y así fue como entendí que a mi no me gustaba leer, lo que a mi me sucedía es que necesitaba leer. Sin duda, mi madre era más lista de lo que yo imaginaba, y pronto me di cuenta que algunos de los libros de los que ella se leía, eran libros que compraba para mi, y no para ella,aunque ella también los leía. Cierro los ojos, y a mi mente, llegan susurros del pasado, títulos de libros como Ana Frank, un libro que recuerdo perfectamente, y con el que descubrí que habían historia basadas en hechos reales; aquello me dejó fascinada, flipando diría mi hijo Paulo. También recuerdo, el verano en el que me leí el libro “El mundo de Sofia” y varios años después, una de mis profesoras de filosofía, a la que recuerdo con muchísimo amor, recomendaba la lectura de aquel mismo libro para leer en clase. En mi adolescencia, casi nadie leía, y sólo podía compartir impresiones sobre lo que leía, con mi madre, mi mejor amiga. Lo curioso del asunto, es que ella, y a pesar de los años, me sigue sorprendiendo con los libros que trae a casa. Con el tiempo, su tarea se ha complicado, pues ahora no sólo es madre, también es suegra y también es abuela. Abuela Ana, este mes nos ha regalado varios libros; para Jonathan, mi marido, le ha traído el libro “Maravillas” del autor Brian Selznick, una auténtica joya. A Paulo, le ha regalado otro libro muy chulo, y con el que todos hemos disfrutado en casa, “ En busca del beso perdido” y a mi, a quien tantos libros ha regalado, “El poder está en ti” Muchos de los que me conocen, saben que cuando cuento algo personal, es porque detrás de la experiencia, viene el mensaje, y ésta vez no va a ser diferente. Hoy, les quiero hablar de algo que verdaderamente me preocupa de la sociedad. Cuando descubrimos que algo es bueno para nuestras vidas, nos lanzamos a consumirlo con desmesura y eso siempre, trae consecuencias negativas. Leer es positivo, yo no voy a decir lo contrario, pero las maneras en las que muchas veces queremos convencer a nuestros hijos para que lean, no son las mejores. Los estudios apuntan que la lectura tiene beneficios psicológicos, y es por ésto, que los padres nos lanzamos como locos a comprar libros para nuestros hijos, obligándoles así, a leer. Mientras, nosotros nos ponemos a ver la tv, o inclusive, a jugar con los video juegos. ¡Vamos a ver! Comer verduras es sano, pero no por ello, me voy a una huerta, y le meto en la boca a mi hijo una zanahoria directamente sacada de la tierra, por mucho que me digan que recién cogidas es cuando más nutrientes tienen. ¡Practiquemos el sentido común! Pues el pobre niño, mientras está en la difícil tarea de engullir a la señora Zanahoria, nos tiene a nosotros, a los padres pegados a la oreja, repitiéndoles una y otra vez: ¡Come verduras mi niño, que son muy sanas! mientras nosotros, le damos un bocado al bocadillo de pechuga. A ver, un poquito de compasión. ¿No creen? Pues con la lectura pasa igual, debemos entender que los libros son como las verduras, éstos se deben lavar, y cocinar para que los más pequeños puedan digerirlos bien. Los niños no son bobos, saben cuando algo es bueno o algo es malo, y los adultos debemos comprender que las cosas no se logran de un día para otro. Es más, les diré una cosa, si quieres que tu hijo lea, primero debes prepararlo para que aprenda a estar quieto en un lugar cómodo, para que así pueda disfrutar de un ratito con su libro. Mi hijo Paulo, con tan sólo un año, cogía un librito de plástico, de esos con los que se pueden bañar, y se sentaba en el sofá a imitarme. Aquel juego tan divertido sólo duraba unos segundos, pero así es como se debe iniciar el niño en la lectura, jugando e imitando, o eso creo yo. Yo no pretendía que éste pusiera su atención en el contenido del libro, no en aquel momento, pero sí que con aquel juego, se estaba implantando en él, el mensaje de la lectura ¿Me comprenden? Cada vez que Paulo hacia aquello, yo lo felicitaba y lo motivaba diciéndole, que ya era todo un hombre grande, como papá y mamá. Y rápidamente, aquel enanito que apenadas caminaba, se llenaba de autoestima y comprendía que aquel halago que mamá le había regalado, tenía relación con aquello que tenía en la mano y que apenas sabía pronunciar; libro. Es más, recuerdo como si fuera hoy, que Paulo aprendió la palabra “book” antes que la palabra “libro” porque para él, aquella palabra le resultaba más fácil de pronunciar. El hecho de crear un vínculo con el niño y el libro, no sólo debe perseguir el propósito de adquirir conocimientos. Este vínculo puede ser enriquecedor de forma directa e indirecta, es decir, Paulo en aquel periodo de su vida, sacó muchas cosas positivas, sin ni siquiera saber leer. De manera indirecta, aprendió dos palabras, las que antes les mencioné – book y libro – y además, ganó en autoestima, en felicidad, en pasar ratitos jugando con papá y con mamá ¿Qué más se le puede pedir a un niño que no sabe leer? ¿Qué más se le puede pedir a un libro para bebes? ¿Qué más? A mi, nunca me pareció insuficientes estos beneficios. Hay otros estudios, que apuntan que con el juego se establecen nuevas conexiones neuronales. A su vez, las nuevas conexiones sinápticas favorecen que el pensamiento sea más rápido y más eficaz, con repercusiones positivas en la lectura ¡Ven que no estaba tan loca! Así pues, si quieres que tus niños lean, haz primero que jueguen. Haz como con las verduras, primero las lavas, las cocinas y luego, a comer. ¡Comer y leer son dos verbos que nos ayudan a crecer, que no te quepa la menor duda! Y hablando de juegos, he descubierto uno, que quizás algunos de ustedes ya conozcan se llama Wari. Wari, considerado el ajedrez de África, tiene su origen en el antiguo Egipto. Algunos arqueólogos de gran prestigio, han encontrado tableros de este juego tallados en piedra en los templos de Menfis, Tebas y Luxor, en Egipto. Se dice de este pasatiempo, que se comenzó a usar como un sistema de contabilidad, de hecho, hay algunas evidencias que afirman que el juego Wari fue inventado por los sumarios hace miles de años como un sistema de entradas y salidas de dinero. Otros autores adscriben al juego, un propósito recreativo o tal vez, un propósito ritual lleno de simbolismo donde el tablero representaría el mundo, un tablero de piedra que se colocaría de este a oeste, en alineación con el sol naciente y el sol poniente, y las piedras, las fichas que se usaban para jugar, representaban las estrellas, mientras que los agujeros donde se depositan las mismas, serían los dioses moviéndolas a través del tiempo y del espacio. Así que ya saben, no importa, si con el wari o tirando piedras al mar, dejen siempre a sus hijos jugar, así es como creo yo, que en el futuro ,los más pequeños de casa, leerán más.
John Cleese “Si quieres trabajadores creativos, dales tiempo suficiente para jugar”