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UN DOMINGO DE JULIO “Una carta de improviso”

Nadie muere definitivamente mientras su recuerdo permanezca en la memoria de alguien. Y con el objeto de demostrar la certeza de esta afirmación afronto la aventura de estas líneas dominicales que coinciden con la inauguración del mes de mayo, sus conmemoraciones, celebraciones y, en mi caso, los recuerdos que día a día habitan en mi memoria y que me ayudan a posponer “sine die” una despedida definitiva.

 

El día de la madre, del trabajo y de la risa hoy se dan la mano con capricho en el calendario. Del trabajo saben mucho nuestras madres, curtidas de experiencia cultivada en tiempos duros en los que el esfuerzo y la generosidad eran indispensables para disipar las neblinas de la incertidumbre y abrigar esperanzas.

 

Sentado frente a mis recuerdos me asomo al precipicio de mi memoria para divisar todas las risas que tuve la fortuna de compartir contigo, mamá. Sin querer y de improviso,  este artículo se convierte en una carta cuya destinataria acuno cada día en mi memoria y cuya memoria atesoro en mis recuerdos para hacerla siempre presente. Tal vez porque hay destinatarios de los que no se puede hablar en tercera persona.

 

Es fácil tener presente tu risa cuando siempre fuiste cómplice de mis ocurrencias, mi seguidora incondicional. De cómo nos divertíamos con tu afición de cambiar los nombres a las cosas. Nosotros no comprábamos kiwis, queríamos “chiwes”. En nuestro universo las convulsiones eran “confusiones”, las raciones no eran raquíticas, eran “raquítimas” y hacíamos la compra en “metadona”. Ese universo construido a base de constancia y amor siempre fue perfecto.

 

Después de más de medio siglo, aun por las noches abro los ojos en los sueños y como en una película nos vemos como si fuéramos artistas convidados a nuestro propio recuerdo. Yo con 10 años recién operado y reconociendo tu silueta a mi lado en la sala oscura de una habitación de hospital, sentada en una incómoda silla, tomándome los brazos para evitar que con un movimiento involuntario se soltaran las vías. Me vencía el sueño con el calor de tus manos en mis brazos, allí permanecía toda la noche y allí estaba al despertar. Tal vez no lo sepas, pero en la noche abría los ojos, contemplaba en silencio la imaginaria y observaba como tu barbilla caía vencida hacia tu pecho. Entonces me concentraba en ordenar a mi cuerpo no ejecutar ningún movimiento que te sacara de tu sueño vencido. Una vez conseguida la misión, la concentración y el cansancio me reencontraban de nuevo con mi sueño.

 

El destino quiso aniquilar progresivamente tu memoria, una injustificada crueldad imposible de entender. Pero fuimos fuertes y construimos un nuevo universo en el que comencé a recibir el valioso legado de tu memoria, en el que lo importante era “el aquí y el ahora”, porque en nuestro nuevo universo el pasado no existía y el futuro se había devaluado. La vida se conjugaba en presente.

 

Era un universo con sabor a despedida. Una despedida a cachos de la que se descolgaban los recuerdos como la fruta madura desde el árbol. Una despedida acompasada con la desaparición de cada recuerdo hasta dejar desnuda la memoria. Sin embargo, el calor de las manos que agarraban mis brazos en aquel hospital nunca cambió, permaneció inmutable al paso del tiempo. Supe encontrarlo y reconocerlo cuando tomabas mi cara entre tus manos, mientras deseaba con todas las fuerzas que ese momento fuera infinito. Supe reconocer que ese mullido calor y el fuego que habitaba en tus manos eran tu esencia. Y aquella tarde en la que plácidamente te dormiste y tus manos perdieron su calor, entendimos que tu esencia está en cada uno de nosotros.

 

Siempre agradecido por descubrirme que mis besos saben a flor de manzanilla y por ello adquirí la deuda constante de poner todo mi empeño en que, estés dónde estés a pesar de sentirte siempre cerca, te sientas orgullosa de mi.

 

De resto, por aquí todos estamos muy bien, si no hablamos de todo lo que ha pasado en los últimos tiempos en este mundo en constante movimiento.

 

Nos vemos en mis recuerdos.

Un beso con sabor a  flor de manzanilla a las madres.

 

Julio Ojeda (Opinión)

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